Cecilia Bercovich, profesora de violín del CSMA, debuta en España como concertino-directora de la Orquesta Sinfónica de Navarra en el Festival Musika-Música de Bilbao
Fecha del concierto: 06 marzo, 2021. Recinto: AUDITORIUM EUSKALDUNA BILBAO
NAFARROAKO ORKESTRA SINFONIKOA / ORQUESTA SINFÓNICA DE NAVARRA
Cecilia Bercovich: concertino-directora
Programa:
- W. A. MOZART: Sinfonía nº 27 en sol mayor K. 199/161b
- F. J. HAYDN: Sinfonía nº 45 en fa sostenido menor “Los adioses”
Cecilia Bercovich
Nacida en Madrid, es una versátil intérprete de violín y viola que ha finalizó sus estudios superiores y de posgrado con Matrícula de Honor en ambos instrumentos. Su principal profesor ha sido Víctor Bercovich. Con un itinerario musical muy variado, ha actuado como líder de sección bajo la dirección de Pierre Boulez, Krysztof Penderecki, Peter Eötvös y Matthias Pintscher, en los festivales de Lucerna, Salzburgo, Holland Festival, MITO de Turín o Wagner Festpiele de Bayreuth. Colabora con el Ensemble Intercontemporain, la Jerusalem Baroque Orchestra, Quantum Tenerife, Ensemble Variances París y Meitar Tel Aviv. Entusiasta de la creación de nuestro tiempo, los programas de sus conciertos incluyen transcripciones propias y estrenos con regularidad. Ha grabado obras de cámara y conciertos para los sellos IBS Classical, Naxos o Deutsche Grammophon, entre otros. Forma parte del Trío Arbós (Premio Nacional de Música 2013) y es profesora del Conservatorio Superior de Música de Aragón (CSMA). En la presente temporada disfruta de proyectos artísticos en Chile, Israel, Suiza, Alemania y Portugal junto a Maria João Pires, Riccardo Chailly y Wolfgang Rihm.
Edición 2021 del Festival Musika-Música de Bilbao: Dedicada a Viena
Viena fue el lugar de nacimiento o adopción de un elevado número de compositores ilustres. Y también un hervidero de intrigas, divisiones, celos, pasión y frivolidad. La filarmonía de los Habsburgo, el cultivo ferviente de las apariencias y la contradicción endémica hacia los creadores del arte o del pensamiento marcaron la trayectoria de los compositores cuya música dio gloria a Viena.
La ciudad imperial se enorgullecía de tener la familia gobernante más melómana de Europa que, a su vez, servía de modelo a las familias aristocráticas cuya importante labor de patrocinio durante el siglo XVIII impulsó un catálogo colosal e irrepetible.
De este modo, Haydn creció musicalmente bajo el cobijo del príncipe Esterházy, cuya capilla de músicos era reconocida en toda Europa. Además, las veladas de ópera de su casa eran tenidas por mejores que las del palacio imperial, incluso por la mismísima emperatriz. Mozart decidió instalarse en Viena, estimulado por el interés que había provocado en María Teresa primero y en su hijo, el emperador José, más tarde. Pero su éxito se vio pronto eclipsado por otras modas en una ciudad veleidosa y olvidadiza…
Un buen puñado de aristócratas residentes en Viena protegieron a Beethoven y así los Waldstein, Razumovsky Lichnowsky, Lobkowitz y el propio archiduque Rodolfo fueron mecenas generosos y formaron parte de un público que se movía entre el asombro y la incomprensión y a quien el compositor frecuentemente despreciaba.
Ya en el alba del Romanticismo, con la burguesía ilustrada y los profesionales liberales adquiriendo poder, Schubert fue adorado por una audiencia que se extasiaba ante su musa -invocada en las schubertiadas-, pero que no cubrió sus necesidades cotidianas y no evitó su desamparo.
A lo largo del XIX, Viena seguía intrigando y viviendo orgullosa de lo que tenía o fingía tener, la sociedad vienesa persistía en mostrar una apariencia de ensueño y en presumir de títulos honoríficos -académicos o nobiliarios- aun de poco valor objetivo. Una clase media que hacía gala de cierta cultura musical asociaba los placeres de la vida cotidiana a los espectáculos musicales de todo género y estilo y por ello, tanto la música ligera de los Strauss, como la profundidad y el respeto a la tradición de Brahms o de Bruckner seguían inundando el paisaje sonoro de una ciudad que amaba ardientemente la música. Pero estos reconocidos compositores -sobre todo Bruckner- también tuvieron que sufrir el ninguneo de los vieneses cuando no sentían satisfecha su incorregible arrogancia y su permanente frivolidad.
La contradicción siguió en aumento, alimentada por la irracional manera de vivir un sueño de lujo y desenfreno cotidiano que situó a la sociedad al borde de la quiebra: la corona real e imperial de los Habsburgo se asomaba al abismo de la Primera Guerra Mundial mientras, en Viena, las tensiones entre los últimos vestigios de una belleza colmada de refi namiento y equilibrio y las fuerzas incontrolables del expresionismo y el ansia de innovación luchaban por sobrevivir. En este contexto, donde las fronteras entre el paraíso y el calvario se desdibujaban cada vez más, convivían las partituras de Mahler con las de Schönberg, acechadas por la sombra del antisemitismo que se extendía como una mancha de aceite envenenado por la Europa del cambio de siglo. Y pese a la paradoja -o tal vez a causa de ella- un último impulso, cargado de atrevimiento, experimentación y dicotomía alumbró uno de los períodos más fértiles, originales y creativos en música y también en otras manifestaciones artísticas y del pensamiento. En estos últimos coletazos de audacia musical se inscriben los nombres de Webern y Berg.